miércoles, 2 de junio de 2010

Encuentro de Dalí con Lacan


Salvador Dalí esta vez quedará más satisfecho en su entrevista con Jaques Lacan, que con la entrevista que tuvo con Sigmund Freud.
Los dejo con Dalí.
"Parezco destinado a una excentricidad truculenta, deseélo o no. Tenía treinta tres años. Un día en París me llamó por teléfono un joven y brillante psiquíatra. Acababa de leer una artículo mío en la revista Minotaure sobre Mecanismo interno de la actividad paranoica. Me felicitó y expresó su asombro ante la exactitud de mi conocimiento científico de esta materia, que se comprendía tan mal usualmente. Deseaba verme para discutir conmigo toda esta cuestión. Convenimos vernos a hora avanzada aquella misma tarde, en mi estudio de la calle Gauget. Pasé toda la tarde en un estado de agitación extrema, ante la perspectiva de nuestra entrevista, e intenté planear por anticipado el curso de nuestra conversación. Mis ideas eran tan a menudo consideradas, aún por mis más íntimos amigos del grupo surrealista, como caprichos paradójicos _con matices geniales por supuesto_ , que me halagaba el ser finalmente tomado en serio en círculos estrictamente científicos. De ahí que estuviera ansioso de que en nuestro primer intercambio de ideas, todo fuese perfectamente normal y serio. Mientras aguardaba la llegada del joven psiquíatra continuaba trabajando de mañana en el retrato de la vizcondesa de Noailles, en el cual me ocupaba entonces. Esta pintura era ejecutada directamente sobre cobre. El bruñido metal reflejaba la luz como un espejo, lo que me impedía ver claramente mi dibujo. Observe, como ya lo notara antes, que veía mejor lo que hacía allí donde los reflejos eran más brillantes. Al punto pegué a la punta de mi nariz un cuadrado de papel blanco de media pulgada. Su reflexión hacía perfectamente visible el dibujo de las partes en que trabajaba.
A las seis en punto _ hora convenida de la visita _ sonó el timbre de la puerta. Guardé apresuradamente mi cobre, entró Jacques Lacan e inmediatamente nos lanzamos a una discusión tecnisísima, tuvimos la sorpresa de descubrir que nuestras opiniones eran igualmente opuestas, y por las mismas razones, a las teorías constitucionales aceptadas entonces casi unánimamente. Conversamos durante dos horas en constante tumulto dialéctico. Partió con la promesa de que mantendríamos un contacto constante. Después de su partida, me puse a pasear por mi estudio intentando reconstruir el curso de nuestra conversación y sopesar más objetivamente los puntos en que nuestros raros desacuerdos pudieran tener verdadera importancia. Mas cada vez estaba más perplejo por la manera, más bien, alarmante, cómo el joven psiquiatra me escudriñaba el rostro de vez en cuando. Era casi como si el germen de una extraña, curiosa sonrisa, quisiera entonces transparentarse en su expresión.
¿Estaba estudiando los efectos convulsivos en mi morfología facial, de las ideas que agitaban mi alma?.
Encontré la respuesta al enigma cuando fui a lavarme las manos (éste, dicho sea de paso, es el momento en que se ve toda clase de cuestiones con la mayor lucidez). Pero en esta ocasión lo que me dio la respuesta fue mi imagen en el espejo. ¡Había olvidado quitar de mi nariz el cuadradito de papel blanco!. Durante dos horas, había discutido cuestiones del carácter más trascendental en el tono de voz más preciso, objetivo y grave, sin darme cuenta del desconcertante adorno de mi nariz. ¿Qué cínico había podido representar conscientemente este papel hasta el fin?."

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